Wednesday, September 2, 2009

Microrrelato: Ida y vuelta

Recorría los mismos lugares, día tras día. Conocía la combinación perfecta de techos de zinc herrumbrados, lluvia, y esa música que imaginaba que le daban la sensación de profunda felicidad juvenil. Y claro, pensar en ella. Mandarle un mensaje. Anticipar su respuesta. Y esperar el tren.

Pasos perdidos, sabía. Regresaba de una jornada de más de lo mismo. No va a ninguna parte. No cambia. Tampoco tiene sentido. Pero en la corporación todo parece justificado de alguna forma.

Es cierto, no le faltaba nada. Pero se sentía completamente carente de una energía vital, de algo que le hiciera vibrar. Sí, esos techos. Sí, esa lluvia. El sueño de tenerla a ella. El sueño de estar en otro lugar, también con techos herrumbrados, pero donde esa música que le gustaba sonaba todo el día.

¿A quién podía pedirle de regreso todos esos días? ¿Todas esas jornadas cuando solo esperaba que fuera la hora de salir? Entendía su situación privilegiada: no le tocaba vivir bajo esos techos. Aún así, reclamaba fieramente todo este tiempo, energía, toda esta vida que se le había arrancado.

Tal vez sino supiera que moriría… que el tiempo perdido nunca regresa.

Se enojaba más cuanto más pensaba que todo era su decisión. Una decisión camuflada de obligación, de deber, inclusive, de mérito.

Al final del día sólo podía alegrarse de no vivir él bajo un techo de zinc herrumbrado también, a la vera de la vía del tren. Aún así amaba profundamente esos techos, esas lluvias, esas chicas despreocupadas sentadas en las casitas. Así como amaba imaginarlas en sus brazos. En ese instante, y solo por un momento, vivía. Aunque él estuviera en el tren y toda la vida, aufera, mojándose con la lluvia, como los techos herrumbrados.

zapatos a tu zapatero

...entonces pensé, desde el abismo del aburrimiento profundo, que tal vez eran mis zapatos quienes llevaban la peor parte del día? Andar, andar, andar, siempre dejando un poco de sí en cada paso, y ni siquiera poder decidir ni cuánto de sí dejan atrás ni si ese desgaste tiene sentido. Se me ocurre como una triste metáfora de mi propio andar, cada día, a lugares inútiles que toman demasiado de mi y me devuelven tan poco. Y aunque que sé que lo decido, todo está estructurado de modo que parece una obligación, qué dios nos ayude, parece incluso algo meritorio.

Al menos mis zapatos podrían tener la ilusión de que, si no caminaran, si se quedaran en casa, si los metieran en una cámara cerrada, vivirían para siempre. Yo no. Para mi el tiempo pasa, no importa qué, y nunca puedo volver atrás. Para mi desgracia y para mi dicha.

¿A quién le reclaman mis zapatos tantos pasos perdidos, llegando a ninguna parte? ¿Y a quién le reclamo yo todos estos meses, sí, quizás, años, de andar y andar, ir y volver y no llegar nunca... a tus brazos?