Pasos perdidos, sabía. Regresaba de una jornada de más de lo mismo. No va a ninguna parte. No cambia. Tampoco tiene sentido. Pero en la corporación todo parece justificado de alguna forma.
Es cierto, no le faltaba nada. Pero se sentía completamente carente de una energía vital, de algo que le hiciera vibrar. Sí, esos techos. Sí, esa lluvia. El sueño de tenerla a ella. El sueño de estar en otro lugar, también con techos herrumbrados, pero donde esa música que le gustaba sonaba todo el día.
¿A quién podía pedirle de regreso todos esos días? ¿Todas esas jornadas cuando solo esperaba que fuera la hora de salir? Entendía su situación privilegiada: no le tocaba vivir bajo esos techos. Aún así, reclamaba fieramente todo este tiempo, energía, toda esta vida que se le había arrancado.
Tal vez sino supiera que moriría… que el tiempo perdido nunca regresa.
Se enojaba más cuanto más pensaba que todo era su decisión. Una decisión camuflada de obligación, de deber, inclusive, de mérito.
Al final del día sólo podía alegrarse de no vivir él bajo un techo de zinc herrumbrado también, a la vera de la vía del tren. Aún así amaba profundamente esos techos, esas lluvias, esas chicas despreocupadas sentadas en las casitas. Así como amaba imaginarlas en sus brazos. En ese instante, y solo por un momento, vivía. Aunque él estuviera en el tren y toda la vida, aufera, mojándose con la lluvia, como los techos herrumbrados.