Había estado fuera recientemente y no era la primera vez en poco tiempo que se le cuestionaba acerca de su orientación sexual. K fue esta vez quién hizo la acostumbrada pregunta. Los arquitectos y estudiantes se congregaban en especie de semicírculo a su alrededor, y les habló de esta forma:
Compañeros,
Frecuentemente, durante mis viajes, o cuando estoy de visita donde amigos, en universidades, o, en fin, en cualquier situación en la cual tengo oportunidad de conocer nuevas personas o de revisitar pasados conocidos, me encuentro con la pregunta de, dada mi sexualidad, ¿qué prefiero? ¿Me gustan más los hombres o las mujeres?
En este aspecto hoy quisiera recalcar, que para darle respuesta a la cuestión de la bisexualidad, así como para casi cualquier otro problema, debemos recordar que las cosas se inscriben en un determinado tiempo.
Así como los hechos ocurren en un determinado lugar, espacio físico, sea circunstancial o no, el cual podemos ubicar por medio de las conocidas coordenadas, en su sentido más simple, alto, ancho, largo; así como en compañía de determinadas personas, también circunstanciales o no, inscribimos nuestra vida, nuestros momentos, en un tiempo determinado. Un tiempo que entendemos de dos formas: primero, como una otra dimensión que agrega identificabilidad más allá de las que ya hemos mencionado; como una medida, sí, también de sincronía y concurrencia, pero sobre todo de finitud que pesa sobre todos nuestros actos. Más allá entenderemos este tiempo también como un fenómeno colectivo y podemos asignarle entonces el sinónimo: época.Los presentes escuchaban con atención, haciendo ademanes que indicaban aprobación. Esto lo fascinó, y por ello continuó:
La signatura del tiempo como dimensión, marca la bisexualidad, al menos a mi entender, como un fenómeno limitado, finito. Dirán: “como todos”, pero perderían el sentido que quiero darle aquí, que es que una determinada preferencia, no importa cuál sea, no es eterna, nunca lo es, y por ello es mucho más simple pensar en ella como una determinada fase, más que como una preferencia absoluta, signataria del sujeto y que pesa sobre él eternamente, para bien y para mal.
No, a mi entender cualquier preferencia es transitoria por naturaleza; me pregunto si esto no es obvio incluso para los más jóvenes, ya lo saben, mis favoritos, hasta para quienes ya en este punto será obvio que no se enamora uno en la vida de una sola persona; que aún un “amor de la vida” es transitorio inclusive en el caso de que realmente durara toda la vida, porque sabemos que en ese caso no habrá realmente sólo uno.
Y entonces, pregunto yo, ¿qué diferencia hace si en estas transiciones el objeto de mi afecto, de vuestro afecto, cambiara, pero no solamente en tanto el individuo que amamos, sino entonces además en su signo sexual?
Y yo sostengo entonces, al menos desde mi entender, que aparte de un par de adaptaciones fisiológicas evidentes, cambios en la forma de gozar -que hacen precisamente la vida entretenida- no hay ninguna diferencia en lo absoluto.
Regresemos entonces a la pregunta del tiempo como época en la cual se inscribe nuestra sexualidad. Y en ese caso tengo que decir, simplemente desde la observación, que debo determinar que tal orientación bisexual parece bastante frecuente en esta época. No tengo, por ahora, una gran explicación para esto. Tal vez tenga que ver con el discurso capitalista y el imperativo del consumo, que nos acostumbra a no querer perdernos de nada. Escoger un objeto de afecto implica descartar otro (u otros), y no estamos quizás dispuestos, en este momento histórico, a dejar pasar ningún goce. Tal vez es puro hedonismo tal cual lo describo, pero sinceramente lo dudo.En este punto su público se encontraba distraído. Las voces de los arquitectos acallaron la suya. Reconoció entre las personas a alguien muy deseable, M. Dejó de hablar, frustrado, mientras las otras conversaciones ganaban terreno. Al salir, K le gritó que no debía enojarse por tan poca cosa. "No estoy enojado", le respondió, y siguió su camino.
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